Novedad: esta carta ahora también la puedes escuchar.
Te escribo desde un pueblito a las afueras de la Ciudad de México. Se llama Tepoztlán. Una querida amiga (y lectora de Sunday Service 💙) me prestó este espacio por unos días que he utilizado para leer, dormir, escribir y tocar la guitarra, básicamente.
Este tiempo es un regalo inmenso que me doy y que mi familia me permite. La sensación de no merecerme ciertas cosas es una constante en mi vida. Por eso, este momento se siente tan grandioso.
Tomarme este espacio en soledad ha sido también producto del trabajo en terapia. La importancia de procurarse espacios de autocuidado no puede subestimarse, especialmente cuando el día a día es ocupado e intenso (¡hola paternidad!). El autocuidado puede tomar muchas formas, y en esta ocasión tengo la fortuna de que se vea así:
He estado pensando estos días en el sentido de pertenencia: a un lugar, a una comunidad, a una familia, a un país.
La pertenencia es una relación dinámica con algo que a su vez nos define. Sin embargo, la pertenencia no es algo dado. No es algo que ocurre por casualidad. Tiene que haber un giro de tuerca interno para sentir que uno pertenece.
Lo primero a observar en ese sentido es que hay una diferencia crucial entre la idea de que algo nos pertenece y la idea de que somos nosotros los que pertenecemos a algo. Pertenecer significa ser parte integral de los elementos que componen algo mayor que uno. Significa ser una pieza del rompecabezas.
Poner atención a esa diferencia informará nuestro comportamiento y la forma como nos percibimos en relación con ese objeto de pertenencia.
Hay una diferencia conceptual importante entre pensar que esta familia es mía o pensar que yo pertenezco a esta familia. Podemos cambiar en esa frase la palabra familia por: vecindario, comunidad, tierra, barrio, planeta.
Quisiera dirigir mi atención por un momento a lo que hacemos por cuidar aquello a lo que sentimos que pertenecemos y cómo la falta de sensación de pertenencia nos lleva a descuidar nuestras relaciones y nuestro entorno.
Sé que me estoy metiendo a un tema del cual se podrían escribir libros (seguro ya los haya escritos, no sé. Si tienes alguna recomendación la recibo con gusto en los comentarios!), pero tengo en mente por ahora dos casos muy sencillos, que sin duda podrían extrapolarse a cosas más abarcadoras.
El cuerpo propio y la relación que tenemos con nosotros.
Es posible que esta lección sólo se aprenda con la edad, porque cuando somos jóvenes no pensamos demasiado en los efectos que podrían tener lo que hacemos en ese cuerpo que nos lleva a todos lados. Ese cuerpo que aguanta desvelos, descuidos, desgastes, sustancias y estreses y que puede regresar a su estado original (casi) sin problema.
Pasan los años y nos damos cuenta de pronto que ese cuerpo ya no aguanta igual. Algunos hacen de todo por tratar de regresar su cuerpo a un estado de resistencia previo con todo tipo de hacks. Otros comienzan a percibir que no se trata tanto de optimizar y ordenarle al cuerpo, sino de comprender que no estamos separados de nuestro cuerpo.
Somos una serie de sistemas en funcionamiento conjunto. Y más vale comenzar a escuchar a ese cuerpo que está en permanente comunicación con nosotros. Tanto se puede aprender de esa escucha del cuerpo.
Una vez que nos damos cuenta de que las dos cosas son ciertas: que el cuerpo físico nos pertenece y que pertenecemos a él, podemos empezar a cuidar del cuerpo no como amos y maestros sino como ayudantes y colaboradores del sistema que somos.
Nuestro entorno inmediato y la relación con quienes cohabitamos ese espacio.
(Disclaimer: mucha mención de popó de perro, ¡perdón!)
Cada que saco a Javiera a caminar y a hacer sus necesidades me encuentro con un fenómeno que estoy seguro le pasa a todos los que tenemos un perrito. Nuestro deber ciudadano como dueños de perritos es recoger sus heces. Cada que saco la bolsita para recoger las heces de Javiera me encuentro con una o más popós por ahí cerca que también recojo.
Y cada que ocurre eso me pregunto por qué esa popó no sólo no la recogió el dueño del perro o el paseador, sino que ningún otro vecino dueño de perro lo hizo. Todos los días sacamos la bolsita para recoger la popó de nuestro perrito, vemos otra popó por ahí cerca y la ignoramos. Nosotros sólo venimos por esta popó, no popó ajena.
La reacción más común es pensar: “esa popó no es de mi perro, no tengo por qué recogerla”. Y es verdad, no hay ninguna regla, ni ley ni nada que nos obligue a recoger popó de otros perros, o basura en el suelo que no hemos tirado nosotros.
La reflexión de hoy, sin embargo, es que cuando cambiamos la perspectiva de pertenencia a un vecindario, barrio, ciudad o pueblo, nos damos cuenta de que la manera en la que nos conducimos en relación con un lugar lo va creando.
Cuando uno no siente que pertenece al lugar en donde vive, sino que tal vez está de paso, es más fácil sentir que sólo debemos ocuparnos de lo nuestro y nada más. Que lo que hay en ese barrio está ahí para servirnos. Que el barrio está ahí, nosotros acá.
El paralelo de cuidar nuestra casa, edificio, cuadra, barrio, vecindario con cuidar el planeta está tan a la mano que no lo dejaré pasar por alto.
La crisis planetaria responde (en buena medida) a la falta de sentido de pertenencia. A una falta de conexión con el mundo natural que proviene de la idea de que el mundo está ahí para que lo explotemos y extraigamos cuanto nos sirva. Como sin nos perteneciera. Se parece mucho a la relación que tenemos con el cuerpo propio que mencionaba antes.
Lo que propongo es un ligero cambio de perspectiva interno que nos permita comenzar a pensarnos como parte de sistemas que habitamos y no como algo externo que controlamos.
Ese cambio de perspectiva seguramente no será suficiente para arreglar la crisis climática, los problemas de nuestros vecindarios o nuestra salud física, pero pudiera ser un comienzo para participar de formas más positivas en cuidar los sistemas inmediatos que habitamos y las relaciones a las que pertenecemos.
Sólo podemos interesarnos en cuidar aquello a lo que sentimos que pertenecemos. Y a lo mejor algún día nos daremos cuenta de que pertenecemos a más cosas de las que creemos.
Gracias por recibir esta carta un domingo más.
Abrazo en pertenencia,
Carlos 🍃
Tremenda carta! De acuerdo con que sentirnos parte de más "cosas" nos permitiría cuidarlas mejor.
Y que vengan más audios 🙌🏻
Ahora que he estado saliendo más a otros países, y más aún cuando las personas de estos países son tan amables y te hacen sentir como en casa cada vez que regresas. Empiezas a desarrollar ese sentido de pertenencia, pero algo curioso es como ese sentido de pertenencia se mezcla con el sentido de identidad. De dónde soy, cuáles son mis raíces.
Bueno mi estimado... solo quería platicarte lo que tu newsletter me hizo reflexionar. Saludos a la familia.