na’aseh v’nishma – we will do and (then) we will hear/understand
No recuerdo un momento en el que los idiomas y el lenguaje no hayan sido una fascinación tremenda para mí.
Desde el momento en el que descubrí que existían tantos idiomas y que había personas que podían expresarse en más de dos o tres o hasta diez se encendió una llamita dentro de mí que varias décadas después no sólo sigue encendida sino que consume mi carrera profesional.
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Mi trabajo como intérprete simultáneo no sólo me ha ayudado a comprender la importancia de la comunicación intercultural sino que me ha permitido percibir la belleza de una idea bien expresada. Siempre he encontrado fascinante que haya personas que pueden plantear sus ideas oralmente de formas claras y hay quienes se enredan de una manera incomprensible.
Y es que, ¿no te parece maravilloso como se generan ideas dentro de una cabeza humana, las cuales se conectan con la boca, la lengua y la voz para que otros puedan escuchar y (tal vez) convencerse de algo? Evidentemente esto es algo tan común que dejamos de percibirlo, pero esa conexión cerebral de sonidos con significados en el mundo real es un proceso milagroso que damos por sentado todos los días.
En ese sentido no sorprende que esté fascinado anticipadamente con cómo va a ir aprendiendo a hablar Sofía. Ya junta de pronto un par de sílabas azarosas en un bonito “babá”, y aunque quisiera adjudicarme que su primera palabra es el equivalente a decir “papá”, la verdad es que no hay ninguna indicación de que haya relacionado esas sílabas conmigo (todavía).
A menudo me pongo a divagar acerca de cómo “entiende” un bebé el mundo. La respuesta sencilla es que, bueno, pues no lo entiende. Pero algo está ocurriendo dentro de esa cabeza cada vez que ve, huele, prueba, toca y escucha algo nuevo.
Esa carita llena de atención curiosa cuando ve algo que le parece interesante me precipita a ese espacio de asombro en el que sólo puedo imaginar cómo experimenta ella lo que le rodea sin palabras. Sofía es puro cuerpo sin discurso interno. No hay palabras que se interpongan entre ella y su experiencia del mundo. Sofía y su mundo pre-verbal me maravillan.
Ahora bien, una vez que adquirimos el lenguaje (y tal vez un par de idiomas) las palabras comienzan a invadirlo todo. Llega un punto en el que si las cosas no están expresadas con palabras es como si no existieran. Nuestro entendimiento del mundo exterior e interior depende en gran medida de nuestra capacidad de expresar lo que está ocurriendo.
En ocasiones no tenemos las palabras para expresar algo que sentimos o vivimos y de pronto un día, aprendiendo un idioma nos topamos con una expresión que encapsula eso que sentimos aquella vez; o tal vez leemos a alguien que cuenta una experiencia similar y esas palabras que no teníamos de pronto están ahí en la página y nos sentimos totalmente identificados y aliviados porque nuestra experiencia tiene por fin palabras que la abarcan, describen y contienen.
La verbalización de experiencias es algo indispensable para (intentar) comprendernos. Aquellos que nos gusta escribir sabemos que no hay nada más liberador en ocasiones que tomar una pluma y vaciar nuestra mente en una página. Dejar que las palabras fluyan y vayan describiendo nuestro mundo interior es una exploración terapéutica.
Sin embargo, vengo hoy a depositar aquí la reflexión de que a veces las palabras son un estorbo también, particularmente en el mundo de la creación de hábitos y de la creatividad.
Una vez que nuestro cerebro cuenta con esa herramienta poderosa llamada lenguaje la utiliza para crear excusas y subterfugios para convencernos de no hacer cosas que sabemos que queremos hacer y hasta para autosabotearnos.
Como todo mundo, batallo bastante con la creación de hábitos. Actualmente estoy trabajando en incorporar en mis días actividades físicas y creativas que sé que si las hago contribuyen a mi bienestar. Y la única cosa que en muchas ocasiones se interpone entre mí y esas actividades es mi propio discurso interno.
/de nada sirve, bueno no voy tan mal, lo hago mañana doble, qué tanto es tantito, se vale darse un break hasta de estas cosas, etcétera /
El otro día escuché un podcast en el que alguien hizo referencia a la frase en hebreo que cité al inicio de esta carta: na’aseh v’nishma, que términos generales significa: actuar antes de entender.
Esta frase viene del judaísmo y hace referencia a la creencia de que los mandamientos de Dios deben obedecerse primero, y a través del acto de obedecer uno llega a la comprensión del porqué se hace.
Aunque evidentemente encuentro un sinfín de problemas con esa lógica desde el lente religioso, veo que hay una aplicación interesante de esa idea para los hábitos que deben ser parte de una vida creativa.
Hay días en los que eso que queremos hacer o aprender se siente pesado o inútil y buscamos cualquier argumento para zafarnos de hacerlo. Y cuando las palabras se convierten en un obstáculo valdría la pena permitir que el lenguaje de la acción (o de la obediencia a nuestro propósito original) tome las riendas.
Actuar primero, entender después. Dejar que el cuerpo arranque aquello que nos lleve a una comprensión posterior.
He encontrado que casi siempre después de actuar entendemos por qué habíamos elegido ese camino, por qué habíamos querido comenzar a correr más, por qué queríamos meditar todos los días, por qué queríamos aprender a tocar ese instrumento o aprender ese idioma.
El lenguaje de la acción también inicia una conversación con los mundos que habitamos, una conversación que inicia fuera de las palabras y que termina por convencerlas. 🍃
Gracias por recibir de nuevo esta carta dominical. Espero que algo haya conectado con tu experiencia. Me encantaría saberlo en los comentarios, si te animas. De cualquier manera, nos leemos el próximo domingo.
Abrazo post y pre verbal,
Carlos 🍃
Tu texto me ha recordado el encanto que tengo por el lenguaje y sus distintas formas de ser. Es muy hermoso que ahora seas testigo de cómo se irá formando y asentando a través de tu hija.
Me gustó mucho también repensar al lenguaje desde esa faceta que nos juega en contra, tanto al momento de expresar ideas (cuando no se encuentran las palabras precisas) como cuando se desarrollan esas limitaciones en nuestra mente que nos impiden dar el pasito hacia la acción.
Qué interesante aproximación, Carlos. Puede que aún no hayan palabras, pero sí hay lenguaje: llanto, risas, balbuceos, repetición. El hecho de que no compartamos el código (aún) es de lo más fascinante de un bebé. ¡Saludos!