Yo mismo, mientras escribo, siento la tentación del silencio. Y sin embargo sé que incluso si me encerrara a bosquejar una novela acerca de campos magnéticos o improvisara un ensayo sobre la palabra palabra, terminaría hablando de mi hijo.
- Alejandro Zambra, Literatura infantil
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Me parece casi imposible creer que ya tenga 8 meses de paternidad en mi haber. Lo he dicho antes pero merece repetición: ya no sé qué es el tiempo, desde que llegó Sofía hubo semanas que duraron meses y meses que hoy siento como un suspiro.
La experiencia del padre primerizo es única en cuanto a la cantidad de dudas, confusión e inseguridades que la acompañan, las cuales deben ser enfrentadas y resueltas lo más pronto posible, porque si algo NO hacen esos pequeños humanos recién llegados es esperar a que sus padres se sientan listos para atender sus necesidades.
Escribí la frase “dudas e inseguridades resueltas” allá arriba y me doy cuenta de lo erróneo que es ese planteamiento cuando se trata de la paternidad. No porque no se pueden remediar las dudas e inseguridades, sino porque (casi) nada se resuelve ANTES DE pasar a lo siguiente. Más bien, se va resolviendo todo junto en el camino (en la medida de lo humanamente posible).
Lo que hace tan fascinante la mapaternidad es lo única que es: ningún bebé es igual, ninguna experiencia pre & postparto es idéntica. Sin embargo, dentro de este camino de aprendizaje vertiginoso he descubierto dos cosas que me atrevo a decir le pasa a todo padre y madre.
Sé que escribir frases de este tipo con apenas 8 meses de paternidad no me hace ver demasiado cauteloso, pero aquí vamos. Si acabas de ser mapá o estás por serlo lo más seguro es que vayas a convivir con los siguientes dos fenómenos:
a) la normalización de lo extraordinario
b) las ambivalencias intermitentes.
la normalización de lo extraordinario
El parto de Sofía fue un evento tan impresionante, salvaje y luminoso que apenas si he podido ponerlo en palabras. Ser testigo de la fortaleza y divinidad de Dana al traer a esa bebé al mundo es algo casi imposible de transmitir a alguien que nunca lo haya vivido. Y sin embargo, en el traqueteo de este tren que no se detiene llamado mapaternidad, incluso eventos trascendentales como éstos los empezamos a percibir y recordar como normales. “El día del parto” le llamamos ahora nomás.
Cuando llegamos con Sofía a la casa por primera vez y las semanas después de eso, todo lo que incluyera cargarla, vestirla, cambiarla, bañarla, alimentarla, pasearla, presentársela a alguien con la frase “ésta es mi hija”, era un acontecimiento fuera de serie. Era imposible de creer en esos momentos que cualquier cosa relacionada con esta bebé se pudiera volver rutinaria y normal.
Pero pasa.
No es que pierdan brillo necesariamente esas experiencias o que dejemos de disfrutarlas, pero definitivamente pierden extraordinariedad. Por más improbable que parezca en su momento, uno puede normalizar la presencia de un bebé en su vida. Una locura.
Ahora bien, la naturaleza de lo extraordinario es precisamente su singularidad, es contradictorio pedirle a algo que siempre se sienta extraordinario. Y en el reino de lo contradictorio es en donde vive el siguiente fenómeno, mucho más dificil de navegar que el anterior:
las ambivalencias intermitentes
Convertirse en mapá trae consigo muchos sentimientos y emociones encontradas, prominentes entre las cuales se encuentran: la ambivalencia y su prima cercana, la culpa.
No hace falta abundar en que la mapaternidad es un fenómeno sumamente abarcador, potente e identitario y por eso mismo uno puede llegar a sentir que se está perdiendo como persona en esa nueva circunstancia e identidad (por más buscada que haya sido). Por momentos se siente que esto es todo lo que ahora uno es, que esto es todo a lo que ahora uno debe prestar atención y que todo lo que nos gustaba hacer en la vida pre-bebé se ha ido, tal vez, para siempre.
Como consecuencia natural e inevitable, uno comienza a sentir ambivalencias y culpas. La lista aquí puede llega a ser muy variada e individual, por eso sólo pondré algunas ambivalencias que se han sentido en mi casa:
querer estar involucrados en todo y querer darnos breaks
querer hacer lo que todo mundo recomienda y querer hacer lo que más parece convenirnos como familia
sentir que estamos haciendo mucho, y sentir que no estamos haciendo lo suficiente
creer que ya entendimos algo un día y al siguiente creer que no hemos entendido nada
Vale la pena recordarme que nada de lo que he descrito aquí está mal sentirlo. Aunque uno no quiera, la mapaternidad nos lleva a esos espacios y hacemos bien en aprender a sentarnos en medio de esas emociones y sostener la tensión de los opuestos. Porque ahí es en donde la vida ocurre la mayoría de las veces: en esa intersección en donde dos o más cosas son ciertas a la vez. Hay una gran cantidad de cosas extraordinarias ocurriendo en nuestras normalidades. Hay muchas ambivalencias hasta en las decisiones más claras.
Gracias por leer esta carta hasta acá. Ojalá te haya dejado algo en qué reflexionar este domingo, seas mapá o no.
Te abrazo desde las contradicciones de la vida.
Nos leemos el próximo domingo.
Carlos 🍃
Bellísimo :)
Estupenda descripción. Lo describiste a la perfección. Buen domingo :)