Voy a sonar un poco a viejo pero cada vez me doy más cuenta de diferencia de edades entre las generaciones que me anteceden y las que me preceden. Aquellos que estamos en nuestros 30s (millenials) nos encontramos en una situación bastante peculiar en este momento, y aunque no sé muy bien a dónde voy a llegar con estos párrafos, quisiera compartir contigo lo que he estado pensando estos días. (Estoy consciente de que estaré haciendo unas cuantas generalizaciones en este texto, así que una disculpa de antemano. 🙏🏼)
Somos la última generación que todavía alcanzó a ver el mundo sin internet, ni redes sociales en nuestra infancia y adolescencia. Y esto es algo muy peculiar. Tal vez debido a eso somos la generación que abraza la tecnología con gusto pero que cada vez más tiene la sensación persistente de que esto ha ido demasiado lejos.
También a estas alturas es muy común que los millenials tengamos ya uno o más hijes, y vivimos con el estrés constante de cómo criarlos y orientarlos en este mundo que está entregando las llaves a la inteligencia artificial sin saber lo que eso realmente significa.
Por otro lado, somos la generación que tiene la suerte de tener aún a sus padres y algunxs tenemos la gran fortuna de todavía tener a alguno de nuestros abuelos. Y qué experiencia más singular es ésa de ver envejecer a los papás y abuelos.
Los treintañeros estamos o estaremos en algún momento relativamente cercano de nuestras vidas (idealmente de forma voluntaria y amorosa) ocupando posiciones de cuidado intergeneracional. Por un lado cuidando a nuestros hijos y por el otro cuidando a nuestros padres. Lo cual por supuesto no es nada nuevo, todas las generaciones pasadas se han encontrado con este momento; una de esas cosas que uno no sabe ni nota hasta que las ve cerca.
Somos un poco el puente y el sandwich de dos generaciones que no podrían ser más distintas: aquellos que vivieron la mayor parte de sus vidas sin internet ni una cuenta de Instagram, y aquellos que nunca sabrán lo que eran las llamadas de larga distancia, ni lo que significaba encontrar una dirección sin Google Maps,
Se antoja interesante explorar por escrito este aspecto del desarrollo humano en otras cartas. El implacable contacto con el tiempo que nos muestra a nuestros padres como los humanos que (evidentemente) son y siempre han sido; mientras que simultáneamente vamos aprendiendo a paternar y maternar a la siguiente generación.
Pero lo que me trae acá hoy es otra cosa.
Hace poco en terapia me di cuenta de algo que también es posible que sea una particularidad de esta generación a la que pertenezco.
Es posible que seamos los primeros en comprender la importancia del trabajo personal en terapia como una forma de sanar y fortalecer nuestros vínculos con nosotros mismos, con la generación anterior (que nunca fue a terapia) y con la generación que viene (que probablemente dé por sentada la terapia como parte de sus vidas).
Evidentemente no estoy diciendo que seamos la generación que va a arreglar este mundo nomás por ir a terapia. El mundo no se arregla en una generación y una generación no puede arreglar el mundo. Pero creo que sí tenemos una oportunidad única de ser la generación que ayude a la siguiente a concebir su lugar en el mundo desde una perspectiva más saludable y lúcida.
Creo que somos una generación que está consciente de que tiene esa oportunidad. ¿Tal vez ésa sea la contribución generacional que tenemos entre manos? ¿La aprovecharemos? Ahora bien, adicional a esto que parece menor pero no lo es, también pienso si realmente estamos haciendo las cosas fundamentalmente distintas a la generación anterior. ¿No estamos también haciendo lo mejor que podemos con lo que tenemos?
Hay muchas cosas en este mundo que parecen fuera de control y que parecen también ir en la dirección opuesta del mejor interés para el planeta que estamos dejando a los que vienen.
Sin embargo, hay en el espacio íntimo de la mapaternidad un universo de acción con un potencial enorme de evolución y transformación positiva que no está dictado por las tecnologías ni las inteligencias artificiales, todo lo contrario: un espacio que requiere de la inteligencia, presencia y sensibilidades humanas. Un espacio sagrado, delicado y caótico. Creo que hoy más que nunca es importante continuar creando y habitando espacios de este tipo, más allá incluso de la mapaternidad.
En eso he pensado estos días. Sé que esta carta estuvo escrita más con las mamás y papás millenials en mente. Si no es tu caso, de cualquier manera te agradezco haber recibido y leído esta carta un domingo más. No doy por sentada tu atención. Te dejo abajo cartas anteriores que tienen temas similares al de hoy que tal vez te interese leer también.
Te mando un abrazo,
Carlos 🍃
Ciudad de México.
¡Nos leemos el próximo domingo! 🍃