I.
Siempre me ha causado un poco de incomodidad ese dicho que dice que nadie aprende en cabeza ajena. Me incomoda porque en buena medida la literatura y el arte son formas de conectar con la experiencia de otros y detectar ecos de esas vivencias en nuestra propia vida.
Es evidente que todos hemos leído, visto o escuchado algo que no sólo nos ha mostrado algo nuevo del mundo, sino que también nos ha revelado algo de nosotros que no sabíamos que estaba ahí.
El sistema educativo y la formación autodidacta está basada en la premisa de que hay aprendizaje que proviene de cabezas ajenas. Las mentes curiosas y hambrientas (como todas las que están leyendo esto) saben que la cabeza ajena es uno de los lugares más fascinantes que existen en el mundo.
Sin embargo, también es cierto que por más que nos empeñemos en aprender de la experiencia de otros para mejorar la probabilidad de que nos vaya bien en algo que de pronto se atravesó en nuestra vida, no hay sustituto para la experiencia en carne propia.
Y es que el aprendizaje que proviene de la experiencia vivida se siente tan distinto de cualquier lección aprendida desde la experiencia ajena… que de pronto tiene sentido que un dicho como el que hice referencia al principio exista.
II,
Claro, esto aplica para casi cualquier experiencia transformadora, pero me gustaría enfocarme hoy - para sorpresa de nadie - en una experiencia que me atraviesa y en la que pienso constantemente: la paternidad.
No hay forma de saber qué significa ser mamá o papá hasta que se es mapá. Por supuesto, es posible verlo de cerca con alguna amiga o familiar y es posible leer historias que retraten algún aspecto de la experiencia de la paternidad. Llama la atención que sea una experiencia a la vez tan común en la humanidad pero tan ineludiblemente única y distinta para cada uno de los que somos padres.
Y aunque la mayoría de los contenidos que andan flotando por ahí en plataformas y en redes tienden a enfatizar el aspecto complicado y laborioso de la paternidad, en realidad es imposible capturar las complejidades y las maravillas de una experiencia como esta. No sería incorrecto describirlo como: es más duro de lo que crees, y es más bello de lo que te imaginas.
III.
Ahora bien, retomando el dicho popular sobre el aprendizaje en cabeza ajena, una de las cosas a las que no prestamos tanta atención hasta que lo sentimos en carne propia es esta idea de que se necesita una aldea para criar a un niño, que en inglés se suele expresar sólo con la frase: it takes a village.
Un instinto interesante cuando uno se convierte en mamá o papá es el de querer hacerlo todo solos. Por alguna razón no queremos ser esos papás que de inmediato piden ayuda con su crío. Me gusta imaginar que hay algo evolutivo en ese instinto de querer demostrarnos que nosotros podemos resolver todo lo que se presente con esta nueva criatura que acabamos de traer al mundo. La lección evolutiva (nuevamente esto es pura especulación mía) está en reconocer que no podemos solos, que necesitamos a la comunidad, que se necesita esa aldea.
De hecho, uno de los grandes veintes que le caen a uno cuando se convierte en mapá es lo poco que nos importó ser parte de la aldea de alguien cercano que recién tuvo un hijo. Hay una cierta culpa que nos invade de darnos cuenta de pronto de lo mucho que seguramente esa persona necesitó y que nosotros ni supimos, ni preguntamos.
IV.
Quisiera detenerme en esa toma de conciencia (la de darnos cuenta de golpe sobre la importancia de la aldea) y trasladarlo a otros ámbitos de la vida por un momento.
El ritmo acelerado de vida en las ciudades y el uso actual que le damos a la tecnología en nuestros celulares tienen un efecto desasociador del individuo con el ambiente y las personas que nos rodean. Es sorprendente lo poco que conocemos de nuestros vecinos de a lado, ni hablar de los vecinos en nuestra cuadra o colonia. Estamos todos scrolleando por la vida, con nuestros audifonos puestos, sin voltear a ver a los ojos ni saludar a quien tenemos enfrente. Es probable que sepamos más de un problema del otro lado del mundo que de las preocupaciones en nuestra cuadra.
Nuestros teléfonos nos mantienen ensimismados, dentro de un sistema que parece estar ahí para servirnos, para satisfacer nuestros antojos y anhelos. Hasta que no. Hasta que el sistema se cae y necesitamos algo con urgencia. Hasta que hay un problema y nos damos cuenta de lo poco que conocemos a la gente que nos rodea, de lo poco que estamos integrados a la aldea.
Do we have to be in trouble before we remember what’s essential?
- John O’donohue
Una forma de cambiar esta situación es comenzando por reconocer esa verdad que se aprende en la paternidad: se necesita una aldea, pero no sólo para criar a un niño sino para sobrevivir en un mundo (más que menos) en colapso. Puse ese paréntesis tal vez de manera innecesaria, tal vez como una forma de autoengaño.
Una vez reconocida e internalizada esa verdad, el siguiente paso es asumirse como miembro de la aldea. No es necesario que comprendamos cuánto esfuerzo se requiere para mantener un hogar en pie, o sacar adelante a una familia con varios hijos, o sobrellevar una enfermedad grave. Como miembros conscientes de la aldea a la que pertenecemos por mero efecto de proximidad, hacemos bien en dejar de scrollear un ratito y prestar atención a lo que está pasando a nuestro alrededor. Empecemos por ahí.
He estado pensando recientemente en temas alrededor de estas preguntas: ¿cómo participo o contribuyo a las comunidades en las que existo? ¿cómo me beneficio de dichas comunidades? ¿cómo retribuyo a las comunidades que me han sostenido?
Gracias por recibir Sunday Service un domingo más. Como siempre, espero que te haya dejado con algo que te puedas llevar a tu semana. Nada me alegra más que leer tus comentarios en las cartas, así que no dudes en dejar tus reflexiones acá abajo para continuar con la conversación.
Te abrazo desde la aldea en la que estamos.
Nos leemos el próximo domingo.
Carlos 🍃
Existe un mejor final que una(s) pregunta(s)? gracias por ellas. Cuando salgo a caminar por un sendero a borde de playa muy famoso en mi barrio, noto que nadie levanta o gira la cabeza para saludar. Me sorprende. Me entristece un poco, la verdad. Yo por mi parte sigo con el voluntarioso, silencioso y sutil acto de hacerle contacto visual a mi vecinx y decir hola con una sonrisa.
Gracias Carlos. Otra de estas que me toca profundamente. Cuando voy en el transporte público no uso el celular, intencionalmente para ver qué pasa a mi alrededor. Es difícil cruzar miradas porque todos van con la cabeza colgando para abajo....